domingo, 26 de abril de 2015

Concurso literario 2015 RELATO

PRIMER PREMIO RELATO.
D. José Luis Bielsa Flores

LA CAJA
Casi es la hora, estoy cansado, qué malo es el café, y este maldito calor: estoy empapado en sudor; tengo ganas de acabar este reportaje, “La guerra de Indochina”, me pregunto si alguien la recordara o siquiera si le importa, pero al director de Liberation sí, bueno es él el que paga. Creo que pusieron una bomba en esta cafetería durante la guerra, durante la guerra. Veamos que cuenta Le Hand Khoi, guerrillero del Vietminh. Cuánta gente hay en Hanoí, parece un hormiguero. Esperé y esperé, el abuelo no aparecía, llamé a su casa. ¿Se habrá muerto?, tiene más años que matusalén… Al fin lo cogió. No podía venir, el reuma. Fui a su casa, me abrió su nieta (preciosa, una joya oriental), su abuelo no podía recibirme, pero me regaló un cofre: “Mi abuelo dice que si quiere la historia de su pueblo ábrala antes de irse a dormir”. Me fui, que cosa más rara, em despedí de Lua And Kho y me dirigí al hotel, tenía la camisa pegada al cuerpo, cogí un tui-tui (pero tirada por un amarillo, no por un caballo) y serpenteamos por el hormiguero que era la ciudad.
Después de la cena (arroz con algo) y una buena ducha, me senté en la cama a repasar mis notas: siglo XX ta, ta, ta, Ho Chi Mind , independencia de Laos, Camboya, Vietnam del Norte 1945 a 1954, ta, ta… General Heri Navarre, bueno, es hora de ir a dormir, veamos la cajita. Era hermosa, tallada, había una fecha: 13 de marzo de 1954, mañana, hoy es 12 de marzo del 2014, abrámosla. Al abrirla, un polvo verde salió de la caja y me dio en la cara, y poco a poco fui perdiendo el conocimiento, mientras toda la habitación se llenaba de humo verde, verde, ver…de…
Dios, qué dolor de cabeza, AAAAAAAAAAAA, ¿dónde estoy?, esto no es el hotel, estoy en una tienda de lona, “Levanta soldado o te pongo a limpiar letrinas”. Me habla en francés, joder; llevo un uniforme ¿paracaidista?, esto tiene que ser una pesadilla. Miré mi reloj, las siete de la mañana. Salí de la tienda, justo en ese momento pasó delante de mí un grupo de civiles y militares, les estaban enseñando el campamento muy orgullosos: la verdad es que era enorme, tenía hasta una pista de aterrizaje. Qué hago aquí, joder. En ese momento el sargento me da un empujón: ¿Que, estás de vacaciones como estos capullos con traje?, aséate, desayuna y preséntate en el Cuerpo de Guardia, vamos Paraca”.
Estaba bajando la niebla, una niebla espesa, intenté explicarle al sargento mi situación, pero me miraba como si estuviera loco; por lo menos sabía donde estaba: Dich Bien Phu. Me lavé un poco y fui a por el rancho; la verdad es que los franceses no habían escatimado en medios, pero estábamos en medio de la selva, rodeados de árboles y montañas. ¡Ahora caigo! Joder, Dich Bien Phu, esto fue una matanza, los Vietminh lo saben todo, capturaron los planos defensivos, tengo que…en ese momento todo empezó a estallar.
Nos estaban arrasando, un bombardeo masivo, todos corrían, un teniente me dio un empujón: “Coge tu arma y ponte en posición, imbécil”. A los pocos segundos se desintegró por el efecto de un proyectil. Corrí hacia una trinchera y cogí el arma de un muerto. Todo ardía y estaba sembrado de muertos y restos humanos. “Cómo han subido la artillería allí arriba”, decía un soldado. No sé cuánto tiempo duró el bombardeo pero era continuo. Atacaron en masa, cientos, miles caían. Seguían avanzando con el odio marcado en su cara. Salimos de las trincheras y retrocedimos, llegamos al cuerpo a cauerpo. Los franceses caían por docenas y, de repente, una explosión me hizo saltar y caer sobre un vehículo volcado. Me estaba muriendo; otro soldado moribundo estaba a mi lado y agarraba un carnet rojo, me lo daba: “Yo no quería estar aquí”. Lo cogí.
Desperté en mi habitación. Había anochecido ¿o no, había amanecido? Tenía algo en la mano, el carnet rojo: “Partido Comunista Francés”. Me quedé blanco, tenía la caja delante.
A la mañana siguiente, quise devolver la caja a su legítimo dueño, pero el viejo había muerto. Me recibió Lua And, qué hermosa, creo que volveré a este país. Antes de despedirse dijo: “Mi abuelo pensó en usted antes de morir; ¿sabe? el nunca odio a los occidentales, pero este es su hogar, ¿lo comprende? Cómo no comprenderlo. Me fui de allí pensando en Lua y sus preciosos ojos y en lo que me había dicho su abuelo. Llamé a mi editor. Ya tenía mi reportaje y me daba igual si esa guerra no importaba a nadie. Miré el carnet del partido comunista, seguro que a él si le importaba y al abuelo de Lua también.

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