martes, 19 de mayo de 2009

Las últimas casas, por María Paz Rodríguez Martín


Yo soy de un pequeño pueblo de Salamanca. Se llama Rollán, no os molestéis en buscarlo, pues seguro que no viene en el mapa, pero está a 24 kilómetros de la capital. Yo salí de mi pueblo cuando tenía 7 años y he vuelto después de 4o. En todo ese tiempo se han producido tantos cambios en él que apenas lo podía reconocer.

A algunos les gustará más el pueblo actual. Sus casas son grandes, de varios pisos, con garaje y hasta piscina climatizada. Es cierto que en ese sentido las casas son más cómodas y funcionales, ha mejorado, pero yo añoro mi pueblo anterior, aquel que recorría varias veces al día.

No dudo que es mejor para el pueblo que se progrese, pero yo echo de menos aquellas casitas que no necesitaron para hacerse ni proyectos urbanos ni arquitectos ni peritos ni ingenieros. Las casas estaban hechas por sus dueños con piedras irregulares y unidas con cal, pues el cemento era prohibitivo. Los vecinos se ayudaban los unos a los otros y se ayudaban para poder poner el dintel, las vigas o cualquier material que fuese demasiado pesado. Todos colaboraban, chicos y grandes. Las casas eran pequeñas y no tenían más que una o dos ventanas y eran muy bajitas , tal vez para poder calentarlas mejor en el invierno pues estos son muy rigurosos. Todas eran muy parecidas y no había competencias entre ellas.

Las puertas estaban siempre abiertas, la gente pedía permiso y entraba directamente a la cocina que era la parte más importante de la casa. Ahora ya quedan en mi pueblo pocas de esas casas.

Por eso he decidido fotografiarlas y dejar constancia de ellas. En ellas, con este aspecto frágil vivieron hasta 15 personas. ¿Cuántos miedos, angustias, amores, felicidad y nacimientos se han vivido en ellas?

Yo quiero que este escrito sirva como reconocimiento a estas casas que han cobijado en sus paredes varias generaciones y que irán desapareciendo de forma callada, como han desaparecido los puentes, las pozas y los pilones.

Supongo que soy una nostálgica, pero viví en una de esas casas y mis recuerdos me llenan de gran felicidad. Incluso ahora cuando voy a ella me siento realmente tranquila y con una atracción especial hacia la tierra, tal vez sean mis raíces o la tradición. Vaya este pequeño recuerdo para esas casas que fueron hechas con sudor y amor.

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