jueves, 22 de enero de 2009

Recuerdos de la infancia, por Teresa Izquierdo

Plaza de Deleitosa

(Plaza de Deleitosa, fotografiada por W. Eugene Smith)

Nací en Deleitosa, pueblecito de la provincia de Cáceres situado en las inmediaciones de la sierra de las Villuercas. Este enclave proporciona al pueblo un bonito paisaje y frescor en las noches de verano. Detrás de la sierra se forma una garganta de aguas abundantes y cristalinas, y a su alrededor crecen árboles frondosos.
En los años cincuenta se vivía con mucha pobreza. El terreno pedregoso de la sierra era duro y pobre. Los llanos y las fincas más fértiles eran propiedad de los llamados ricos, aunque no lo era tanto como los grandes terratenientes que existían en otros pueblos extremeños. Muchos vecinos trabajaban como jornaleros y lo pasaban francamente mal.
Mi pueblo se veía pobre por dentro y por fuera. Sus casas, la mayoría pequeñas, estaban hechas de piedra y barro; muchos suelos eran de lanchas, grandes pizarras. A las pequeñas y pocas ventanas se sumaba una puerta de madera bastante deteriorada, con su portón, la parte alta de la puerta, que podía abrirse haciendo las veces de ventana.
En mis recuerdos está una infancia alegre y feliz. Como en aquellos años era difícil que pasara algún coche por el pueblo, jugábamos a placer por las calles, sobre todo en la plaza. Los domingos de otoño subíamos a la sierra en busca de madroños. En verano marchábamos al campo a recoger moras de las zarzas y en primavera nos gustaba ir junto a los depósitos del agua potable que surte las fuentes del pueblo. Por allí corría un precioso arroyo entre gran vegetación de donde recogíamos ramos de violetas, nuestro perfume natural. Los inviernos eran largos y lluviosos. Nos reuníamos en las casas de las amigas a jugar a los confetis. A veces, montábamos nuestro propio teatro en la parte cubierta de los corrales. Teníamos también un original tobogán. Consistía en unos terraplenes formados por el desnivel del terreno, cerca de la carretera, y por allí nos deslizábamos sentados en alguna tabla de madera que encontrásemos cerca. ¡Cómo dejábamos de pulida la pendiente!
Lo más hermoso que recuerdo es cómo la gente compartía lo poco que tenía. Si casaban un hijo, todos colaboraban llevando un puñadito de garbanzos y algún huevo para celebrar la comida de la boda, boda que consistía en un buen cocido y el típico rebozado de patas.
Cuando fallecía alguien, en el funeral se ponía un cestillo donde todo el que podía depositaba alguna moneda, el responso; con lo que se recaudaba, la familia pagaba el entierro y las misas.
Dentro de la pobreza, éramos felices.
Mi pueblo ha cambiado totalmente, lo que se debe en gran medida a la emigración, que comenzó en el entorno de los años sesenta. Todos añoramos nuestro terruño, por lo que invertimos los ahorros en construir casas cómodas y bonitas. Y allá volvemos en verano a disfrutar de aquel entorno querido y natural, con paseos nocturnos bajo un cielo azul y estrellado…

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bien Teresa,
Los buenos recuerdos jamás se nos olvida!
Me a parecido muy bonito lo que nos cuenta sob las bodas, seguro que se pasaba muy bien.
Leiendo tus recuerdos, me has hecho recordar momentos muy buenos de cuando era niña, por supuesto que no teníamos los mismos constumbres, pero lo de los pobres y los ricos... Eran igualitos!

Un Saludo!
Su compañera de clase Daniela

Anónimo dijo...

Richard

ola esta muy bonito sus costumbres
la e leido y me a gustado mucho

un saludo
richard

Anónimo dijo...

¡¡los buenos recuerdos nunca se olvidan¡¡¡siempre los llevamos en nuestro corazon y en nuestra vida.Su compañera erika