miércoles, 16 de diciembre de 2009

Una tarde en el bufé, por Augusto Domínguez Gil


Imagen de Wikipedia.

Ésta es una historia que me pasó hace un tiempo en un bufé libre con José, un amigo al que hacía mucho tiempo que no veía.

Estábamos comiendo tranquilamente, hablando de todo lo que nos había pasado, me fijé en una señora que estaba mirando siempre a José desde que entramos, se lo comenté, empezamos hacer bromitas sobre el asunto. La señora se levanta, se acerca a nosotros, le pregunta a José su nombre, y le dice que se parece mucho a su hijo. Me da un ataque de risa, pero nos dice que su hijo está muerto y al momento de escucharlo me quedé pálido, callado, con la cabeza baja y la señora se vuelve a sentar. Pasa un tiempo y de pronto la señora se vuelve acercar y le dice a José si le puede hacer un favor, que le diga «adiós, mamá». Algo después la señora se va, mira hacia nosotros, le hago un gesto a José y él, sin cortarse, le dice: «Adiós, mamá». Ella le responde: «Adiós, hijo, que te diviertas».

Seguimos hablando, ya se hacía tarde, pedimos la cuenta, la miramos y llamamos al camarero, y como nos cobra consumiciones que nosotros no hemos realizado le pedimos explicaciones. Contesta a mi compañero que se trata de lo consumido por su madre. 

Mi amigo José se enfurece. ¡La que pudo montar! Vino el encargado y yo caigo en la cuenta de que la señora había dejado olvidado el bolso. Tranquilizo a José. Cogemos el bolso y con lo que tenga pagamos lo nuestro y lo suyo, miramos dónde vive y le hacemos una visita de hijo a madre. Así que nos levantamos, cogimos el bolso con disimulo, lo abrimos y ¡qué asco! No me imaginaba que alguien pudiera tener el bolso lleno de pelos, sí de pelos, del pelo que te estoy tomando…

Espero que os guste. Es una historia que me contaron. Es buena para vacilar a los colegas.

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