viernes, 4 de diciembre de 2009

Vivencias de una bolillera, por Antonia Ancos de Oro


Hace tiempo que en un colegio,
según pude yo saber,
unas clases de bolillos,
estaban dando. ¡Qué bien!

Como me gustó la idea,
allá me fui y me apunté,
pero nunca pensaría 
que lo pasara tan bien. 

Tampoco me imaginaba 
que tanto me cautivara
y que una simple labor
de esta forma me atrapara.

Hace días vino a casa
mi mejor amiga, Esther,
y como es de confianza, 
con ella me sinceré:
Voy a contarte un secreto,
siéntate y escúchame.
¡Soy infiel a mi marido!
¡No es posible! ¡No me digas!
¡No me lo puedo creer!
¿Es acaso el butanero?
¿O el fontanero, tal vez?
¡No digas majaderías!
Pues entonces,
¿quién es él?
¡El bolillero, mujer!

No sé qué magia que tiene
y qué garra y qué poder,
que muchas cosas de casa 
me las dejo sin hacer.
Cuando mi marido llega
y allí sentada me ve,
muy mosqueado me pregunta:
¿Cómo tú haciendo bolillos 
y la casa sin barrer?
Sólo subía el encaje,
de esta forma ya lo tengo a punto
para después comer
 Ayer mismo, muy airado,
me increpó diciéndome:
¿Pero qué es lo que pasa
si un botón a esta camisa
le falta hace ya más de un mes?

Por la noche cuando llega
la hora de descansar,
¿vienes a dormir, cariño?
él me suele preguntar.
Y yo fingiendo trabajo,
así suelo contestar:
ve tu delante, ya iré,
pues las cosas de la cocina
aún tengo que recoger.

Y al comprobar que ya duerme,
despacito y con sigilo,
saco el cuerpo del delito,
con su agradable ruidito
voy moviendo los palillos
hasta después de las tres.

Pues ya sabes mi historia,
mi querida amiga Esther,
¡Ven tú también con nosotras
y lo pasarás muy bien!
Y a todas las que se aburran,
yo las quisiera invitar,
¡que se vengan con nosotras!
¡Verán lo que es disfrutar!
Harán muchas amistades
y depresiones no tendrán.

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