viernes, 27 de noviembre de 2009

Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, por José Luis Perona


Imagen de Wikipedia.

Una excursión que tuve oportunidad de hacer el año pasado y que recomiendo a todo el mundo es la del Parque Nacional de Ordesa, en Huesca, enclavado en el Pirineo aragonés: es una maravilla de sitio.

Comenzamos la excursión en Torla, el pueblecito más cercano a la entrada del parque. Subimos en coche y hacia las nueve de la mañana y en el mes de noviembre, con bastante frío, ya estábamos preparados para comenzar a andar.

Entramos en el bosque con los primeros rayos de luz, unas hayas enormes que nos impresionaron, el suelo lleno de musgo y otros muchos árboles, la mayoría ya sin hojas por la época del año en la que nos encontrábamos.

Comenzamos nuestra ascensión, siguiendo la rivera del río y llegando una tras otra a las cascadas de Arripas, La Cueva y del Estrecho, todas ellas a una altura más o menos de 1.300 metros.

Esta primera parte es la que habíamos decido hacer en principio, la ida y la vuelta nos iban a llevar unas tres horas. Pero llegados hasta allí y viendo que estábamos fuertes, decimos continuar hasta la más impresionante de todas las cascadas que habíamos visto hasta entonces, La Cola de Caballo.

Como decía, seguimos ascendiendo, y encontramos una zona en el camino donde las heladas habían provocado miles de chupiteles, colgantes de una roca, como si fueran auténticas armas esperando a que pasáramos para caérsenos encima.

Continuando el recorrido, descubrimos que, tras las nieves que había habido ese año en octubre, estaba todo completamente helado, entramos en la zona rocosa, que nos costó horrores hacer porque resbalábamos continuamente. 

Una vez pasada esta parte, entramos ya en el valle rodeados por el Circo de Soaso, por fin después de varias horas veíamos el sol. Todos nos quedamos asombrados de la belleza, y de las ventiscas de nieve que veíamos en las cumbres.

Cansados ya, emprendimos la marcha a través de la pradera, nevada y helada, íbamos en muchos lugares dando resbalones, pensando que nos íbamos a caer…

Por fin, al fondo, oímos el ruido, y en un pequeño giro que hace el camino, descubrimos la majestuosa Cola de Caballo, a 1.787 metros, si bien, es probable, que en época de deshielo sea aún más imponente. Aquel espectáculo nos dejó a todos impresionados y nos hizo sentir como en otro mundo y orgullosos de haber llegado hasta allí.

Encontramos una piedra enorme y a la que le daba el sol, sacamos nuestros bocadillos y nuestras botellas de agua y comimos, creo que nunca me había sabido, algo tan simple, tan rico.

Cuando terminamos de comer, descansamos un poco más, no mucho, pues la ventisca de nieve iba bajando y el sol también empezaba a desaparecer y con bastante pesar, pues el paisaje era espectacular, comenzamos el descenso, teníamos por delante casi tres horas más.

Llegamos de nuevo al aparcamiento a eso de las cinco de la tarde y volvimos al hotel; nada más llegar, pudimos observar desde las ventanas el ocaso del sol en esas montañas que acabábamos de explorar. Y una vez más, nos invadió un sentimiento de bienestar que aún hoy recuerdo. 

Tras ducharnos y cenar, nos metimos a la cama y nos quedamos dormidos sin más, éramos unos novatos y habíamos andado en montaña casi ocho horas…

Todos aquellos que tengáis oportunidad, no dejéis de hacer esta ruta. Es altamente recomendable.

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