Hoy, a mis 62 años, quiero expresar la impresión y la satisfacción que sentí el primer día que vi la Sierra de Madrid. Contaba entonces 60 primaveras.
Fue un domingo que en la capital amenazaba lluvia. Mi amiga Manuela me invitó a salir y me dio la opción de elegir entre quedarnos y visitar un museo o ir a la Sierra. Elegí ir a la Sierra. Cogimos el tren hasta Cercedilla y después, otro hasta Cotos, y allí fue cuando experimenté aquella sensación viendo las montañas con las nubes a ras del suelo y la nieve en sus picos.
En mí todo era exclamación, me sentía transportada al cielo. De pronto, empezó a caer una lluvia fina y el frío se hizo intenso y se me helaron los pies. Pasamos a un refugio y nos calentamos las manos. Fue un día inolvidable, y desde entonces amo la naturaleza más que nunca, y se lo debo a Manuela.
Fue un domingo que en la capital amenazaba lluvia. Mi amiga Manuela me invitó a salir y me dio la opción de elegir entre quedarnos y visitar un museo o ir a la Sierra. Elegí ir a la Sierra. Cogimos el tren hasta Cercedilla y después, otro hasta Cotos, y allí fue cuando experimenté aquella sensación viendo las montañas con las nubes a ras del suelo y la nieve en sus picos.
En mí todo era exclamación, me sentía transportada al cielo. De pronto, empezó a caer una lluvia fina y el frío se hizo intenso y se me helaron los pies. Pasamos a un refugio y nos calentamos las manos. Fue un día inolvidable, y desde entonces amo la naturaleza más que nunca, y se lo debo a Manuela.
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